¿Y qué haces cuando el impedimento o la dificultad eres tú? Pero luego piensas, por favor, cuántos años tenemos, mira el reloj, y párate a pensar en que no seas un imbécil y vive ya. O algo así.
Pero qué haces si tienes 50 años. De aquí a ese tiempo nos vemos con una vida plagada de maravillas, y una madurez, en la que por supuesto seremos tremendamente atractivos, exitosa y plena, con preciosos hijitos talentosos que podamos vestir monamente con nuestra más que cómoda situación económica, junto a una pareja que no podemos evitar sonreír al ver con la que sentamos la cabeza tras los años de locura de sensaciones y experiencias infinitas de la juventud.
Pero llegan los 50, tu medio siglo, y si eres cierto tipo de persona, y te desmoronas, qué haces. Estás ciego, he de añadir, y no te das cuenta de que estás desmoronando todo tu alrededor. Cada día más. De tu boca no sale más que amargura. Y tus suspiros de infelicidad saben a tu acompañante de comidas al mediodía como hiel. Querer zarandearte es poco, y gritar que abras los ojos de una condenada vez y veas lo hermosa que es la vida, joder; y que siempre habrá una razón, aunque sea el color de las hojas flotando en el río; el olor del cafelico de la mañana; la suavidad de las mantas del sofá viendo la peli de los domingos; la sonrisa de tu hijo al comprobar que falta un mes para Navidad. Eres la persona más hermética del mundo y nadie sabrá qué llegas a pensar realmente, y qué coño pensarás si eres tú el primero que defiende las mieles de la felicidad inadvertida, las cositas de cada día, "está en valorar lo que tienes" (H. Keller), "no hacer lo que uno quiere, sino querer lo que uno hace" (creo que de Sartre), y otras infinitas citas de felicidad de Tagore y demases en tantos libros que recomiendas a tus seres queridos con esa vehemencia. Pues decídete coño.
Pero miedo a preguntar, miedo a saber la verdad de tu cabeza. ¿Quién eres?
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La vida, la vida.