- ¿Irá usted? -le preguntó ella.
- Si puedo -contestó él.
¿No tenían otra cosa que decirse? En sus ojos, sin embargo, rebosaba una conversación más seria; y , mientras se esforzaban en encontrar frases banales, se sentían invadidos por una misma languidez; era como un murmullo del alma, profundo, continuo, que dominaba el de las voces. Sorprendidos por aquella dulzura nueva, no pensaban en contarse esa sensación o en descubrir su causa.
Madame Bovary
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La vida, la vida.