miércoles, 16 de noviembre de 2011

El efecto graduación.

Es gracioso. El cerebro suele hacernos creer que vamos a echar de menos TODO; de pronto nos parecen todos personas sin las que nos será difícil vivir, y que la rutina escolar nunca se vuelva a repetir hace que te entren escalofríos. 


     Llegar pronto, colocar los libros en el pupitre escuchando conversaciones de Gran Hermano, fútbol, o similares de fondo. Fingir mirar algo imprescindiblemente interesante en la agenda deseando que pase el tiempo. Esperar a Venecia porque se te ha olvidado la llave del casillero. Ir corriendo con todo encima a audiovisuales, no sea que la profesora de matemáticas te vuelva a encerrar en clase (otra vez). Intentar mantener la cabeza erguida y tomar desganadamente apuntes junto a una muda estadounidense o malhumorada alemana que garabatea en un papel. "Asín que , mañana me pulo a Goya". Un par de miradas furtivas aleatorias por el pasillo. Sentarse una vez más en el pupitre sin muchas expectativas sobre el futuro más inmediato. Reafirmarse en estos alentadores pensamientos tras una clase agónicamente alargada de Filosofía.
     Pausa. Pasear en compañía hacia Pío XII y esperar impacientemente a los compañeros de escapadita. Hablar sobre un par de temas entre los que se acaba repitiendo Ana Karenina y despedirse siempre lo suficientemente tarde como para tener que volver a clase corriendo ridículamente. Seguir de un lado para otro con muchos cuadernos y visitas al excusado obligadas por los esfínteres, entre los cuales se cuela alguna que otra carcajada con alguien. Recordar algún sueño raro mientras los compañeros traducen a Eutropio. Conversar con dibujos de memes en inglés. Remirar la agenda y pensar válgame, ya casi medio año, ¡cómopasaeltiempo! peroalavezpasatanlento.
     Llenar de libros y cuadernos un bolso que posteriormente no será abierto en casa. Maravillarse ante las delicias culinarias que ofrece el comedor escolar. Comentar algún cotilleo que sobrevuela la sociedad estamental del curso como si realmente ello afectara las vidas de los demás. Decidir dónde agonizar la próxima media hora antes de arrastrarse lentamente a Germano. Comenzar la clase debatiendo algo medianamente interesante y sorprenderse por enésima vez ante la inutilidad de los escasos conocimientos. Bajar las escaleras pensando que tal vez esta vez sea diferente la conversación de abajo.
       Esperar en la marquesina frente al bazar y volver a casa como siempre.


Escalofríos inexplicables. 



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